Hijo de Adelaida Ferrari y Scardini y don Alejandro de Olavarría y Usábal, Enrique de Olavarría y Ferrari nació en Madrid en 1844. Se graduó como bachiller en Artes por la Universidad Central de Madrid en 1863, e ingresó ese mismo año a la Facultad de Derecho de la misma ciudad. A partir de marzo de 1865, ocupó el cargo de escribiente en el Banco de España y, al finalizar el año, emprendió un viaje hacia América que tuvo a México como destino final.[1] Las causas de esta aventura resultan todo un misterio para sus biógrafos, para conocerlas, sólo tenemos un testimonio, registrado en un poema, que permite entrever una persecución política:
Miré mi patria en peligro
y al hacer algo por ella,
hícelo con mala estrella
y perseguido me ví,
quise luchar todavía
errando a más y mejor
tuve que huir previsor
desde mis tierras aquí.
Franco y leal para todos
a quienes tiendo la mano,
hallé en este pueblo hermano
una acogida sin par:
y en la prensa y el estado
me vi por todos querido,
y en el Teatro he tenido
una ovación singular.[2]
Enrique de Olavarría arribó a territorio nacional durante el Imperio de Maximiliano, en diciembre de 1865. Juan de Dios Peza recuerda en sus memorias aquel momento y la acogida que recibió el escritor madrileño:
En México la situación era peligrosa y difícil en aquellos momentos para los liberales, y Olavarría no tuvo embarazo en afrontarla, tomando activa parte como colaborador de un periódico republicano exaltado[,] “La Sombra” […] Vivía entonces en la plenitud de sus mejores años, el ilustre D. Anselmo de la Portilla, aquel inolvidable caballero de todo corazón y bondad, verdadero periodista que estrechó con sapientísimos artículos, los vínculos de afecto entre España y México, y él acogió con simpatía profunda a Olavarría, le publicó en “La Iberia” [1867], muchas poesías que hicieron sensación en el público por su delicadeza y entonación elevada y lo dio a conocer en los círculos literarios.[3]
De esta manera inició su carrera literaria en México, contribuyendo al campo de las letras por medio de diversos géneros literarios y aportando, además, en el ámbito de la historia cultural, a través del periodismo y la crónica, el tratamiento de una amplia variedad de asuntos que hoy son de gran valor documental, literario e historiográfico.
Tras el triunfo de la causa liberal, en 1867, el país comenzó a experimentar un resurgimiento de la vida cultural. En el marco de este entusiasmo, Olavarría y Ferrari publicó y presentó El jorobado, pieza teatral que alcanzó más de cien representaciones en el Teatro Principal.[4] Este mismo año comenzó la redacción de la obra que estrenaría al año siguiente, Los misioneros del amor, que fue una traducción y adaptación en verso del drama francés El hábito no hace al monje, la cual, además, dio cabida para iniciar las veladas literarias que, por iniciativa del propio Olavarría y Ferrari —junto con la de Joaquín Moreno y Luis G. Ortíz—, congregaron a autores como Vicente Riva Palacio, José Tomás de Cuéllar e Ignacio M. Altamirano, entre otros escritores tutelares de la así llamada República de las letras.[5] Olavarría y Ferrari reseña el inicio de estas veladas, cuya principal finalidad era escuchar y comentar las obras de los asistentes:
De bien pequeña causa acababan de nacer las más espléndidas y fructíferas reuniones literarias de que en México se conserva memoria. […] Tan fraternal alegría reinó en aquella improvisada reunión, tan íntimamente se disfrutó con los alientos de una naciente amistad que tamañas proporciones había de llegar a tener, que allí mismo se convino en repetir tan agradables veladas.[6]
En el año de 1868, Olavarría y Ferrari inició sus contribuciones en El Boletín Republicano. De esta manera, el escritor madrileño tomó parte activa del movimiento literario que él mismo consideró “el primer renacimiento de la literatura mexicana”[7], sumándose, así, al resurgimiento literario encabezado por Altamirano. Al respecto, Pablo Mora señala: "Es importante destacar que la incorporación del español a dicho grupo de escritores, en el terreno cultural, hacía, precisamente, a través de dos géneros clave en las pretensiones de conformación del proyecto literario: el periodismo y el teatro. Los otros dos géneros que practicaría durante estos años fueron el de la poesía y, un año después (1868), el de la novela.[8]
Las primeras novelas de Olavarría y Ferrari, El tálamo y la horca (1868) y Venganza y remordimiento (1869), se ubican en el siglo XVI, entre los reinos españoles y el Virreinato de la Nueva España. Con estas obras, el autor mostró sus cualidades para abordar temas históricos bajo una perspectiva crítica desde la ficción, como ocurre con los abusos de las autoridades virreinales que se relatan en el caso de Venganza y remordimiento.
A mediados de 1869, siguió de cerca los trabajos de la compañía teatral de Carolina Civili, publicando por entregas en el folletín de La Iberia —entre julio y agosto— la obra Lo del Domingo: recuerdos de la eminente trágica señora doña Carolina Civili durante su permanencia en México. Se trata de una crónica sobre crítica teatral y de espectáculos con la que el periodista incursionaba de lleno en el género. A la par, continuó cultivando su labor como dramaturgo, llevando a los escenarios, en colaboración con Justo Sierra y Esteban González, Loa Patriótica (1869), y también, como novelista, con la publicación, en 1870, de Lágrimas y sonrisas, con un prólogo del mismo Sierra.
La única compilación que recoge los versos de Olavarría y Ferrari, diseminados en revistas y periódicos desde su llegada a México, vio la luz en 1871, bajo el título Ensayos poéticos. La edición fue prologada por Pedro Landázuri, quien fuera el padre de Matilde Landazuri. Un año más tarde, Enrique de Olavarría y Ferrari contraería matrimonio con ella. A partir de ese diciembre, el escritor español ocupó cátedras en diversas instituciones: empezando por la de Literatura, en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación; la clase de Geografía e Historia Universal y Patria, en la Escuela de Artes y Oficios para Señoritas; y el curso de Aritmética, en la Escuela Normal Central Municipal.
Al año siguiente, asumió nuevos cargos en diversas publicaciones: dirigió la sección literaria de El Federalista (1873) y se hizo cargo de la dirección de El Correo del Comercio, misma que dejó para fundar La Niñez Ilustrada, publicada entre 1873 y 1874, revista que evidencia su vocación pedagógica. En estos años también publicó Lo del domingo. Conversaciones acerca del arte dramático español (1873), obra homónima a la publicación antes mencionada, probablemente a causa de que repitió el formato de folletín dominical aparecido en La Iberia. Este trabajo, junto con el que escribió para sus labores como docente en el Conservatorio Nacional de Música (anteriormente conocido como Sociedad Filarmónica Mexicana), la Historia del teatro español (1872), lo motivaron a presentar una postura crítica con respecto a la situación del teatro en México y España:
Sin duda, esta primera experiencia como dramaturgo y crítico teatral lo llevó también a plantear, en 1873, la necesidad de formular un Tratado de Propiedad Literaria entre México y España […] Entonces planteaba que uno de los problemas de la baja producción de la literatura nacional era la piratería de obras españolas por parte de los empresarios teatrales, ya que era más fácil y barato producir obras sacras de la cantera del teatro español que de las escasas producciones mexicanas. En este sentido, mediante este tratado de propiedad literaria se estimularía, a mediano plazo, la producción del teatro nacional mexicano.[9]
Las obras hasta aquí mencionadas forman parte de la primera fase de los trabajos de Olavarría y Ferrari en México. Pablo Mora divide esta trayectoria en tres etapas, la primera de ellas propuesta hasta 1874, año en el que viaja a Europa:
La etapa de Olavarría en México la podríamos dividir en tres etapas: la que abarca de diciembre de 1865 a febrero de 1874, año en el que sale de México al Viejo Continente. Una segunda fase, que no es propiamente de vida en México, pero que por su correspondencia con textos de la época representa un periodo de vida epistolar mexicana en el que comienza a construir los cimientos de lo que será su máximo legado: la historia cultural de México a la Europa y España. Finalmente, una tercera fase que comprende del año de su regreso a México y su naturalización como mexicano (1880) hasta su muerte en 1918.[10]
El itinerario seguido por Enrique de Olavarría y Ferrari entre 1874 y 1880 tuvo como destinos Alemania, Bélgica y Francia. Éstos fueron años fundamentales en la biografía del autor y también en lo que respecta a la producción de materiales con un alto valor documental, hoy resguardados por la Biblioteca Nacional de México (BNM): su correspondencia con distintos personajes del ámbito intelectual y artístico de México. Estos documentos muestran que, a lo largo de su viaje, no dejó de intercambiar cartas sobre lo acontecido en México, enviando a sus destinatarios, de igual manera, lo que consideraba relevante en su itinerario europeo, como ocurre con la actividad editorial en Alemania.
Al llegar a España, el interés por divulgar los avances literarios del horizonte cultural mexicano lo convirtió en un verdadero embajador de la cultura mexicana en su país de nacimiento. En 1877, publicó en Málaga El arte literario en México: Noticias biográficas y críticas de sus más notables escritores, con el apoyo de la Revista de Andalucía. Al año siguiente, ahora en Madrid, se encargó de dar a la prensa una segunda edición del mismo libro. Esta obra abarcó, precisamente el mismo periodo en que Olavarría y Ferrari estuvo en México, por lo que la obra adquirió un doble valor, al convertirse también en un testimonio de primera mano. Sobre la publicación, el autor señala:
Hoy puedo al menos hacer gala de un tan grande como legítimo orgullo, cual es el de haber sido el primero que ha logrado ocupar a las prensas europeas con la impresión de una obra en que se da minuciosa cuenta de las grandes riquezas literarias de un país casi desconocido para la Europa. Por humilde que mi libro sea, es el más completo publicado en ambos mundos hasta el día en que esto escribo; es, en fin, el único que puede dar aproximada idea de los recursos intelectuales de aquel país hospitalario y amigo[11]
La obra presenta varios rasgos distintivos en comparación con los trabajos de otros españoles que trataron la literatura mexicana, como el hecho de plantear, en un preámbulo sobre la literatura colonial, una postura bastante crítica con respecto a las autoridades españolas, las cuales, debido al proteccionismo y a la censura impuesta, limitaron el desenvolvimiento cultural de la Nueva España. Por otro lado, Olavarría y Ferrari observa en el triunfo de la República Restaurada el origen de un renacimiento literario y, finalmente, señala la presencia de una “raza-hispana”, dirigida a “mantener la presencia de un horizonte hispánico en tanto proponía una reconciliación entre dos bandos literarios,”[12] así fijaba los vínculos que a través de la lengua unían México con España por medio de su historia compartida.
En los párrafos finales, el autor no deja de mirar con un dejo de nostalgia la época que reseña, señalando la causa del corte establecido en su periodización:
[…] mi libro encierra de un modo completo el primer periodo del renacimiento de la literatura mexicana, que comenzó en la segunda mitad del año de 1867 en que presentáronse unidos los escritores nombrados en el primero y segundo capítulo sin más aspiración que el fomento de la literatura patria, y puede decirse que concluyó en 1874, en que las contiendas políticas de los unos y los largos viajes de los otros hicieron perder la unidad, pero jamás la amistad a aquel poderoso círculo brillante.[13]
En esta época, Olavarría inició una trayectoria política a través de diversos cargos públicos que lo convirtieron en un miembro distinguido del gobierno de Porfirio Díaz. Por medio de una carta, enviada el 20 de septiembre de 1877, se le nombró Comisario Oficial de los Archivos de las Indias y General de Simancas, teniendo como misión acudir al archivo para resolver los conflictos en torno a los límites territoriales entre México y Guatemala.[14]
Las empresas de divulgación gestionadas desde el extranjero por Olavarría y Ferrari prosiguieron con una colección de obras poéticas: Poesías líricas mejicanas de Isabel Prieto, Rosas, Sierra, Altamirano, Flores, Riva Palacio, Prieto y otros autores (1878). Esta antología presentó ante el público español y el europeo a escritores poco divulgados hasta entonces, incluyendo breves semblanzas escritas por el propio compilador. En la nota dirigida al lector, se jactaba de ser el primero en ocuparse de presentar a los autores mexicanos allí tratados: “[…] nadie puede disputarme la gloria de haber sido el primero que ha dado a conocer en España a más de cien escritores mexicanos. Y yo bien sé con qué trabajos.”[15] De igual manera, en esta antología vuelve a enfatizar su afán por reivindicar la unidad de un horizonte hispánico, procurando redireccionar así las opiniones en boga sobre México:
La inteligencia vuela allá majestuosa y magnífica como el águila sobre los Andes y esto aún en medio de las guerras extranjeras y las luchas civiles que han agitado al país, no porque sus hijos sean ingobernables como locamente se ha supuesto, sino porque al fin descendientes de españoles son, y como ellos tienen aún muchas conquistas intelectuales que hacer, y en su sangre arde también ese fuego que hizo que España se adelantase, no en años, sino en siglos, a las grandezas del gigante Napoleón.[16]
Desde España, en 1879, continuó con sus colaboraciones para periódicos como El Cronista de México y La Revista Nacional de Ciencias y Letras. Asimismo, publicó los dramas La cadena de diamante y, al año siguiente, La Venus negra (1880).
Fue en ese momento que comenzó a trabajar y a entregar a la imprenta la primera serie de sus Episodios históricos mexicanos, los cuales fueron publicados en los periodos de 1880 a 1883, y de 1886 a 1888, conformando un corpus de 36 novelas en 18 tomos, algunos firmados bajo el seudónimo de Eduardo Ramos. Álvaro Matute destaca que: "la ficción no penetró en la gesta iniciada en 1808 hasta que Olavarría y Ferrari lo hizo. [El] hecho que debe destacarse de manera fundamental es la divulgación del conocimiento histórico con propósitos de entretener y enseñar, así como de crear algún tipo de conciencia histórica a partir del mensaje establecido en el texto".[17]
En estas novelas también se deja ver una influencia de sus experiencias personales como español radicado en México. Al menos así lo señala Matute en su “Prólogo” a los Episodios históricos mexicanos: "Las Memorias de un criollo tienen como leit motiv el conflicto entre lo español y lo americano. Tal vez por eso es la obra más plenamente expresiva de Olavarría, dado que él era un madrileño convertido en mexicano por propia adopción. En muchas de sus páginas se pone de manifiesto el conflicto que representaba para él la distancia entre lo español y lo mexicano".[18]
Precisamente en 1880, Olavarría y Ferrari volvió a México y recibió su carta de naturalización directamente del presidente Porfirio Díaz. En 1881, fue nombrado redactor del Diario Oficial, y este mismo año padeció la muerte de su hijo Enrique. Para 1886, a causa de otro fallecimiento, el de Juan de Dios Arias, se le asignó la autoría del cuarto tomo de México a través de los siglos. Se ocupó del periodo correspondiente al México independiente que va de 1821 a 1855, y fue publicado al año siguiente.
En su oficio como historiador destacado, en 1889, nutrido por una ardua investigación documental en el archivo del Colegio de la Paz, Olavarría y Ferrari entregó a la imprenta de Francisco Díaz de León su reseña histórica El real Colegio de San Ignacio de Loyola vulgarmente Colegio de las Vizcaínas en la actualidad Colegio de la Paz.
Entre 1892 y 1894, volvió a las crónicas de teatro y espectáculos, ahora para el diario El Nacional. Con un amplio prestigio en el medio intelectual, 1894 fue el año en el que asumió la resurrección, en su segunda época, de la revista que comandó su maestro Altamirano, El Renacimiento. Manuel Gutiérrez Nájera escribió un pequeño artículo en El Partido Liberal hablando de esta segunda época y de la figura de Olavarría y Ferrari:
Enrique de Olavarría y Ferrari es director de la publicación, como quien dice, el amo de la casa; y a la casa de Enrique siempre hemos ido todos muy de agrado, seguros de gozar un rato de esparcimiento inolvidable. Allá van los buenos músicos, los buenos pintores, los buenos conversadores, los buenos poetas, los buenos artistas […] o tal vez de allá vienen convertidos en buenos los malos, porque señora y reina de la casa es la Bondad Suprema. […] nos es lícito creer que merece la dicha y esperar que la alcance. […] ¡Ojalá que la segunda época del Renacimiento sea la última… y que dure muchos años![19]
Todo el conocimiento acumulado por la trayectoria de Olavarría a lo largo de sus años como escritor y crítico de teatro en México, tuvieron como consumación una obra monumental que, hasta la fecha, es lectura obligada para los interesados en la historia del teatro y de los espectáculos populares en el México de la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Para 1895, se anunció en las páginas del Diario Oficial la publicación por entregas de la Reseña histórica del teatro en México, una obra que, no sólo aborda por medio de crónicas los hechos correspondientes al teatro y los espectáculos populares, sino que, a través de una mirada sumamente curiosa, atenta, sensible y crítica a su entorno, contiene textos ricos en informaciones diversas.
Salvador Novo, lector prolífero y prologuista de esta reseña histórica en ediciones póstumas, distingue los siguientes rasgos de la pluma de Olavarría y Ferrari: "Sin ese 'método científico' y frío que habría de ser propio del nuestro; con la locuacidad comunicativa e inagotable, libre de estrechos límites, que le induce constantemente a derivar del tema del teatro al comentario político, social, literario, periodístico, musical o costumbrista, que percibe y aprehende en torno del estreno o de la llegada del divo, de la inauguración del nuevo teatro, o de la fiesta aristocrática".[20] Más adelante Novo señala la peculiaridad del procedimiento que siguiera el escritor madrileño naturalizado mexicano, el cual desemboca en la considerable riqueza que adquieren sus crónicas como documento histórico:
[…] desde el 1538 en que resuelve situar con el teatro eucarístico el punto de partida de los espectáculos mexicanos, la documentación que nos transmite es el fruto de sus lecturas e investigaciones; pero a partir de 1865 y hasta 1898 —en la segunda parte, inédita hasta ahora—, lo que nos refiere, lo ha visto; y las crónicas ajenas que allega y así salva del naufragio periodístico, son el cálido testimonio de sus propios días de partícipe fervoroso de la vida artística y social de un México que en 1961 hallamos transformado.[21]
El cuarto tomo termina reseñando los inicios de 1896 con un pesimismo bastante remarcado, entre otras razones, debido a la ausencia de una buena compañía que se encargara de representaciones dignas. En 1902, Olavarría y Ferrari retomó la obra suspendida, dejando manuscrita la última parte, que llega hasta el año 1911 y que sería publicada de manera póstuma.
Con motivo del Undécimo Congreso Internacional de americanistas, Olavarría y Ferrari fue enviado como cronista por el gobierno y publicó su crónica en 1896. Dos años más tarde, en 1898, como parte de una empresa editorial que busca compilar una serie de relatos de viaje por toda América, bajo el sello de Antonio Bastinos, aparece Apuntes de un viaje por los Estados de la Republica mexicana. En 1901, escribió su última reseña histórica publicada en vida, en esta ocasión, sobre La Sociedad Mexicana de Geografía Histórica.
En 1910 un agotado y enfermo Enrique de Olavarría solicitó al gobierno licencia de sus labores como docente en la Escuela Normal. Finalmente, murió en México el 19 de agosto de 1918.
[1] Pablo Mora, “Enrique de Olavarría y Ferrari (1844-1918): historiador de la cultura en México”, Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas 6, núms. 1 y 2 (primer y segundo semestres de 2001): 120.
[2] Enrique de Olavarría y Ferrari, “Mi madre y mi amor”, Ensayos poéticos (México: Imp.de I. Escalante y Ca., 1871), 19.
[3] Juan de Dios Peza, “Enrique de Olavarría y Ferrari”, Memorias. Reliquias y retratos (México: Librería de la vda. de Ch. Bouret), 148.
[4] Ibíd., 150.
[5] Cfr. Mora, “Enrique de Olavarría y Ferrari…”, 123.
[6] Enrique de Olavarría y Ferrari, El arte literario en México. Noticias biográficas y críticas de sus más notables escritores, 2a. ed. (Madrid: Espinosa y Bautista, 1879), 60.
[7] Ibíd., 222.
[8] Mora, “Enrique de Olavarría y Ferrari…”, 123-124.
[9] Ibíd., 130.
[10] Ibíd., 122-123.
[11] Enrique de Olavarría y Ferrari, El arte literario en México. Noticias biográficas y críticas de sus más notables escritores (Madrid: Espinosa y Bautista, [1878]), viii.
[12] Mora, “Enrique de Olavarría y Ferrari…”, 142.
[13] Ibíd., 222.
[14] Archivo Personal de Enrique de Olavarría y Ferrari, caja 6, expediente 7, documento 6.
[15] Enrique de Olavarría y Ferrari, Poesías líricas mejicanas de Isabel Prieto, Rosas, Sierra, Altamirano, Flores, Riva Palacio, Prieto y otros autores (Madrid: Impr., Est. y Gal. de Arribau y Co., 1878), 6.
[16] Ibíd., 7-8.
[17] Álvaro Matute, prólogo a Enrique de Olavarría y Ferrari, Episodios históricos mexicanos, t. 1. (México: Instituto Cultural Helénico / FCE, 1987), iii-iv.
[18] Ibíd., xiii.
[19] Duque Job [Manuel Gutiérrez Nájera], “El ‘Renacimiento’”, El Partido Liberal, t. 43, núm. 2652, 14 de enero de 1894, 1.
[20] Salvador Novo, prólogo a Enrique de Olavarría y Ferrari, Reseña histórica del teatro en México 1538-1911, 3a. ed., t.1 (México: Porrúa, 1961), xiii.
[21] Ibíd., xiv.
Pablo Mora
Biblioteca Nacional de México/Instituto de Investigaciones Bibliográficas
Alexis Retana
Biblioteca Nacional de México/Facultad de Filosofía y Letras